Nuestros cuentos de Noche de Reyes

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Lía
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Nuestros cuentos de Noche de Reyes

Mensaje por Lía »

De terror, de amor, de enfado, de ilusión, infantil, sólo para mayores, sólo para sus ojos...

Como lo queráis, pero desde hoy y hasta el 5 de enero, escribid para todos nosotros un cuento de Noche de Reyes.

No hay premios, no hay regalos, no hay votos, nadie podrá ser segundo ni tercero, ni segunda ni tercera, porque lo que importa es contar.

See you here, from Christmas Day to Presents Day, the 6th of January.

Vémonos eiquí, dende hoxe Navidad, até o 6 de xaneiro, xusto ahí ao lado, o ano que ven. -bye

:blin

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Quién quiere un príncipe pudiendo elegir al mendigo. :be:
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Arthur Clennam
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Re: Nuestros cuentos de Noche de Reyes

Mensaje por Arthur Clennam »

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Huyendo del Negociado de Circunloquios
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Estela
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Re: Nuestros cuentos de Noche de Reyes

Mensaje por Estela »

Es un cuentecillo de nada, para niños y niñas que todavía, pese a los tiempos que corren, conservan la ilusión de la Noche de Reyes. Se titula la bicicleta.


*****************

Esa noche, María miraba a través de la ventana de su habitación la luna llena que resplandecía de una forma espectacular, y mil preguntas le venían a la mente con ese pensar infantil inocente, desbordado por la imaginación que la hacía soñar metida en su cama confortable de cálidos ensueños.

Es que esa noche era diferente, llegaban los Reyes Magos de Oriente, había preparado junto al balcón sus zapatos y había dejado agua y unos dulces para los camellos tal como le habían dicho sus padres.

Pero María no estaba tranquila. Por la tarde, mientras estaban en la cabalgata de Reyes, algo le llamó la atención. Era un niño. Sería de su misma edad. Estaba al lado de una mujer que sostenía un bebé en brazos y observó que el niño, tímidamente, extendía su mano para pedir. Sin darse cuenta estuvo más pendiente de ese niño que de las carrozas y de los caramelos que tiraban, incluso su madre le preguntó qué estaba mirando, y le señalaba las luces y los camiones llenos de juguetes que pasaban por delante para que se fijara en ellos.

Fue un instante. Los ojos del niño la miraron, y María se sintió como pillada en una falta, se sintió mal cuando ese niño la miró y no supo por qué. Con esa sensación terminó de ver pasar la cabalgata y con esa misma sensación cenó y después se acostó.

Abrazada a su osito, mirando esa luna llena grande, esa luna de Navidad, no imaginaba los regalos que se encontraría al despertar porque sin darse cuenta, una y otra vez veía los ojos del niño mirándola. Y se preguntaba si tendría juguetes cuando se despertara.

Cuando se levantó, el niño estaba en el salón de su casa y miraba las cajas de regalos adornadas con grandes lazos, los globos que habían esparcidos por los sofás, las chucherías que adornaban las mesas, y sonreía.

- Abre tu regalo, -le dijo ilusionada.
- Pero si no sé cuál es, -le contestó haciendo un gesto con los hombros.
- Es éste, mira, pone tu nombre –le dijo señalándole una caja enorme-. Corre. ¡Ábrela!
Él, nervioso, comenzó a quitar el papel de regalo que cubría el paquete hasta que dejó al desnudo una caja de cartón.
- ¿Qué será? –le preguntó a María.
- ¡Pero hombre! Si no la abres no lo sabrás, yo te ayudaré.

Poco a poco consiguieron arrancarle a las grapas el cartón que se empeñaba en no desprenderse pese a la fuerza que hacían los dos. Pero al final lo lograron. De pronto los cartones cayeron y una bicicleta roja, brillante, con unas ruedas grandes, apareció delante de ellos. El niño comenzó a dar saltos y María, contagiada por la alegría del chaval, empezó a gritar. Sus padres corrieron al salón porque imaginaron que la niña se había levantado y había visto los regalos y, todos juntos, empezaron a abrir cajas y más cajas con todo lo que María les había pedido en su carta.

- Vamos, María, dormilona, que es de día, despierta…

Notó que unos labios dulces la besaban en la cara y que le susurraban al oído:

- Han llegado los Reyes Magos…

De un salto María corrió al salón. No vio nada más, sólo una caja grande envuelta en papel brillante con un enorme lazo que le caía por los lados.

- ¿Qué es esa caja tan grande? –Se preguntaban estupefactos los padres de María una y otra vez.
- Es una bicicleta, -contestó la niña convencida.

Los padres no salían de su asombro.

- No es posible… Si nosotros no… -Balbuceaban los dos mirándose extrañados.
- Mirad, hay un cartel. Pone: “Para Raúl”.
- ¿Raúl? ¿Quién es Raúl? – Se preguntaban los padres de María.
- ¡Yo lo sé! Seguro que es el niño que estaba enfrente de nosotros en la cabalgata –contestó con los ojos brillantes y los mofletes colorados por la emoción-. ¡Vamos a llevársela! ¡Voy a vestirme! –y salió corriendo hacia su habitación.

En un pispás, María se había vestido y con el abrigo y la bufanda puestos, les conminaba a que ellos hicieran lo mismo.
- ¡Ayudadme, que yo sola no puedo! ¡Y poneos los abrigos! ¡Vamos!

Al mismo tiempo cogió el lazo y lo colgó del manillar, enrollando el resto de la cinta en el cuadro de la bicicleta.
Sus padres, sin capacidad de reacción, hicieron lo que su hija les decía y en un momento se vieron en la calle arrastrando la bicicleta.

- Es allí, -dijo señalando la calle donde vio al niño.
Conforme se fueron acercando la figura de un niño apoyado en la pared se hacía más grande. Cuando llegaron donde estaba, el niño reconoció a María.
- Hola, -le dijo María.
- Hola, -le contestó el niño- Tú eres la niña que ayer estaba en la cabalgata…
- Sí, ¡me has reconocido! ¿A que te llamas Raúl? –le preguntó ilusionada.
- ¿Cómo lo sabes? –Le preguntó abriendo mucho los ojos.
- No lo sé, me lo he imaginado cuando he visto que los Reyes Magos han traído esta bici que yo no les pedí.
El niño miró la bicicleta, intentaba tocarla pero no se atrevía.
- ¡Es la bici que yo quería! Pero no escribí la carta porque pensé que no me la traerían… A los niños pobres los Reyes Magos no nos traen regalos…
- ¡Pues parece que te has equivocado! –le contestó María riéndose-. Anda, sube –le dijo quitándole el lazo-.
Raúl no se atrevía, pero las risas y la ilusión de María hicieron que el niño se montara en la bicicleta.
- ¡Venga, corre, ve a dar una vuelta!
- ¿Seguro?...
- ¡Pues claro!

Y Raúl se subió en ella y salió despacio mirando hacia atrás, sin perderlos de vista, no sabía lo que estaba pasando, pero se sentía feliz subido en la bici con la que tantas veces había soñado. Cuando desapareció por una de las esquinas, la niña cogió a sus padres de las manos.

- Vámonos corriendo antes de que vuelva, no sea que no se la quiera quedar –les dijo a sus padres echando a correr estirando de ellos.

Cuando Raúl volvió no había nadie en la calle. Sólo un lazo grande en el suelo, mudo testigo de lo que allí había pasado, brillaba en la acera como muestra de que su bicicleta no era un sueño sino una realidad que podía tocar. Y mirando al cielo, descubrió entre las nubes una estrella que brillaba casi más que el sol, era la estrella que había guiado a los Magos hasta su casa. Y Raúl, desde entonces, desde ese día, comenzó una nueva vida, la bicicleta nueva le sirvió para jugar, pero también para hacer pequeños recados que la gente le pagaba bien y así ayudó a su madre.

Raúl, siendo ya mayor, la noche de reyes se acuerda de la pequeña María, y María se acuerda de su sueño y de esa bicicleta que un año dejaron los Reyes Magos en el salón de su casa. Sus padres al final se dieron por vencidos y no volvieron a intentar hallar explicación a lo que esa noche sucedió en su casa en esa mágica noche, pero todos las días de Reyes, cuando se levantan, miran con ilusión los paquetes y siempre, siempre, encuentran una pequeña sorpresa que ninguno de los dos se espera.


:rosa:
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Estela
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Re: Nuestros cuentos de Noche de Reyes

Mensaje por Estela »

No podía dejar pasar la noche de reyes sin escribir otro cuento y dejarlo aquí para que Gloria, cuando se despierte, lo encuentre. Es mi regalo para ella, la reina de los cuentos.

Feliz Noche de Reyes a todos.

:rosa:
Noche de Reyes

- ¡Papá! ¡Papá! ¡Ha nevado! –Exclamó entusiasmado Pablo yendo a buscar a su padre que todavía se estaba levantando de la cama.
- Cálmate, tranquilo, ahora iré, –le contestó riendo.
Cogió la mano de su hijo que le tendía para ir a la ventana del salón para que viera el paisaje.
- ¡Por fin ha llegado el invierno, Pablo, –le dijo revolviéndole el pelo.
- ¿Nos vamos de excursión? ¡Me lo prometiste! –Se adelantó a una posible negativa de su padre.
- Iremos, pero primero has de desayunar, vamos a la cocina y nos prepararemos de paso unos bocadillos para llevarnos.
Así, padre e hijo, después de desayunar, prepararon una pequeña mochila con galletas, agua y bocadillos que Pablo se empeñó en cargar a su espalda.
- ¿De verdad no quieres que la lleve yo? –Le preguntó su padre un poco preocupado porque pese a que era pequeña y no pesaba mucho su hijo de apenas ocho años no era un crío corpulento.
Salieron de casa y se encaminaron desde un camino que partía casi desde la puerta de la casa, hacia el bosque.
Pablo iba saltando, cogiendo nieve que convertía en pelotas y que en cuanto su padre se descuidaba le lanzaba con fuerza para jugar con él. Su padre, enseguida hacía lo mismo y, aunque no conseguían avanzar mucho, se lo estaban pasando muy bien.
- Vamos por aquí, –le dijo señalando una pequeña vereda con árboles frondosos cubiertos de nieve que de vez en cuando les caía encima cuando paseaban tan tranquilos–. Llegaremos hasta aquel recodo y nos volveremos, no quiero que nos alejemos más de la casa.
Pablo se iba entreteniendo con mil cosas. Con una rama que decía que parecía un caballero con una lanza, con una piedra que decía que parecía una seta, con una flor que aparecía de repente entre la nieve… Caminaba detrás de su padre y de vez en cuando éste se giraba para decirle que pasara delante de él para que lo viera, pero en cuanto se descuidaba se había entretenido otra vez y su padre tenía que volver a decirle lo mismo.
A Pablo le pareció que algo se movía detrás de una rama y se acercó.
De pronto el suelo desapareció de debajo de sus pies y notó que caía como si estuviera en un tobogán. Casi no le dio tiempo a gritar cuando se halló sentado en un gran montículo de nieve blanda que hizo que no se hiciera daño al caer. Se asustó y empezó a llamar a su padre.
-¡Paaaaaapaaaaa! ¡Paaaaaapaaaaa!
Pero no se oía nada. Miró a su alrededor y vio que sólo había nieve, ni árboles, ni matorrales, nada, era como una inmensa planicie blanca donde todo había desaparecido.
Se puso en pie y empezó a caminar. Pero no sabía hacia dónde ir. Era todo igual, le daba lo mismo ir hacia delante que hacia atrás que a un lado o al otro, así que eligió caminar hacia delante, no sabía por qué pero así lo hizo.
La mochila empezaba a pesarle y, como notó que empezaba a tener hambre, la abrió y se comió un bocadillo y bebió un poco de agua. Aún quedaban tres más, unas galletas y dos plátanos que su padre metió antes de cerrarla.
- Por lo menos no me moriré de hambre, –dijo en voz alta como para tranquilizarse.
- ¡Paaaaaapaaaaaa! –Volvió a gritar.
Se dio cuenta de que había eco y, divertido, se entretuvo un rato escuchando su voz paseando por aquella superficie blanca donde el único vestigio de vida que había era el de sus huella marcadas en la nieve.
De repente oyó una especie de tintineo, como campanitas que sonaban en algún lugar en medio de la nieve. Prestó atención y las volvió a oír, y se dirigió hacia ellas. Le parecía que cada vez sonaban más cerca y eso le animó a seguir caminando hacia el lugar del que parecía que provenían. De vez en cuando llamaba a su padre por si era él el portador de esas campanitas que cada vez le parecía que sonaban más cerca, pero perdió la noción del tiempo y no se dio cuenta de que empezaba a anochecer.
He de buscar un sitio para pasar la noche o me congelaré, pensó cuando vio que estaba oscureciendo, acordándose de las aventuras que siempre le contaba su padre.
A lo lejos vio una especie de montaña pequeña donde destacaba una especie de agujero negro, y adivinó que sería una cueva, y allí se dirigió presuroso porque la noche se estaba cerrando en torno a él.
Tan sólo la luz de la luna y de las estrellas alumbraba el frío paraje que a Pablo empezó a asustarle cada vez más. En cuanto llegó, abrió la mochila y cogió uno de los bocadillos y se lo comió muy deprisa porque tenía mucha hambre y de postre se comió uno de los plátanos, reservándose el otro por si le hacía falta al día siguiente. Pablo a pesar de su corta edad iba racionando instintivamente la comida que le quedaba.
Tenía frío, pero notó que se le cerraban los ojos y entre sueños empezó a oír de nuevo las campanitas que había estado oyendo todo el camino.
Prestó atención. No eran sólo campanitas, además oía el ruido de unos cascos de caballos, de muchos caballos que caminaban despacio. Se asomó y miró esa estrella que brillaba tanto, y se acordó de su casa, de que esa noche precisamente era la noche de reyes, y que esa era la estrella que guiaba a los Magos. Y comenzó a llorar desconsoladamente.
Entre lágrimas creyó distinguir una luz. ¿Una luz? ¡No! ¡Era una retahíla de luces que se aproximaban despacio hacia donde él estaba!
No lo pensó dos veces y comenzó a gritar:
-¡Eh! ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!
Pablo creyó que era su padre que iba con más gente que había salido a buscarle.
Poco a poco las luces se hicieron más grandes. A lo lejos adivinó una especie de caravana de animales y de gente que caminaba hacia algún lugar determinado.
-¡Eh! ¡Eh! ¡Que estoy aquí! –Volvió a gritar otra vez para que lo vieran.
De repente vio que la caravana cambiaba el rumbo y que se dirigía hacia la cueva.
Pablo empezó a dar saltos de alegría.
Poco a poco las sombras fueron adquiriendo forma, las luces de los candiles que colgaban de las alforjas de los animales fueron iluminando a los porteadores y el ruido de las campanitas se hizo más audible. No eran caballos, eran camellos cargados con miles de cajas.
Pablo no entendía lo que estaba viendo, muchas ideas cruzaban rápidamente por su mente: camellos, cajas… De repente vio una especie de casa iluminada que era transportada por hombres con paso firme. Y detrás otra. Y otra detrás de la anterior.
¡No puede ser! Pensó Pablo estupefacto.
De pronto la caravana se detuvo y la primera de las casas iluminadas se detuvo delante de la cueva.
- Hola Pablo, –le dijo una voz amable que salía de un rostro bondadoso de tersa piel y plegadas arrugas.
- Hola –le contestó con un hilo de voz–. ¿Quién eres?
- Me llamo Melchor y voy con Gaspar y Baltasar a repartir regalos a los niños que han sido buenos durante todo el año.
Pablo, con la boca abierta, no pudo articular palabra.
- Estás asustado y tienes frío, ¿quieres que te llevemos a tu casa?
Pablo respondió asintiendo con la cabeza porque quería hablar pero no podía.
- No te asustes, vamos a tu casa, creo que tu carta está aquí –le dijo señalando un saco lleno de sobres de todos los colores–. Venga, sube o se nos hará tarde, coge tu mochila, no se te vaya a olvidar, –le dijo ofreciéndole su mano para ayudarle a subir.
Obediente, Pablo, cogió su mochila y, ayudado por Melchor, subió a su casa luminosa.
- Siéntate a mi lado, anda, –le dijo haciéndole sitio en su sillón de terciopelo rojo con molduras doradas en el que estaba sentado.
Pablo se sentó y le miró los cabellos, la barba, la corona dorada, y el anillo con una piedra verde que llevaba en uno de sus dedos, a lo lejos oyó una voz que decía:
-¡Vámonos!
-¿Quieres unos caramelos? –Le preguntó Melchor al tiempo que cogía un puñado de ellos que estaban envueltos en bonitos papeles de colores brillantes que llevaban estampados dibujos de coronas reales–. Toma, guárdalos en el bolsillo del pantalón.
Y la caravana se puso de nuevo en movimiento.
- ¡Pablo, levanta, ha nevado! ¿No querías ir de excursión cuando nevara? Venga, perezoso, que por fin ha llegado la nieve.
- No, no, no quiero ir de excursión, he de prepararlo todo para esta noche que llegan los Reyes Magos… -Dijo Pablo aturdido todavía por el sueño que había tenido.
- Pero… ¿Qué te pasa? ¿No querías ir a la montaña cuando nevara? –Le preguntó extrañado su padre.
- Sí, pero hace frío y me duele un poco la garganta, –mintió Pablo.
- Pues no pasa nada, otro día saldremos. Nos quedaremos en casa y prepararemos todo para esta noche, tendrás que acostarte pronto. Anda, vístete y desayunaremos.
Pablo se fue a su habitación y, obediente, se puso a vestirse. Cuando cogió los pantalones algo calló de uno de los bolsillos. Era un caramelo con el papel rojo brillante con una estrella dibujada en él.
¡No puede ser! ¡No puede ser! Pensó nervioso metiendo las manos en el bolsillo.
Allí estaban. El puñado de caramelos que le dio el rey Melchor en su sueño, estaba en su pantalón. Por casi se desmayó de la impresión pero a lo lejos oyó algo. Prestó atención y las oyó. Las campanillas estaban sonando. Era él que le decía que todo estaba bien. Y, más tranquilo, terminó de vestirse y bajó a desayunar ilusionado porque era el día mágico, el día de la Noche de Reyes.
Cuando se levantó a la mañana siguiente el salón de su casa estaba lleno de juguetes, todo lo que había pedido en su carta estaba allí. Encima de la mesa había una nota: Para mi amigo Pablo, para que nunca me olvide. Melchor. Y encima del papel un puñado de caramelos envueltos en bonitos papeles de colores con coronas reales descansaba destellando esperando a que Pablo los viera.

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